Imaginando que estaba sola me comí el primer botón de la
camisa que viste tus sueños, dejándoles el escote libre, para el regocijo general. Al ver que no estaba sola, pues me acompañaba el miedo a la dicha, de
lo nerviosa que me puse enganché otro botón que se cayó, del verbo caer,
soltando aún más esos sueños, dueños de un espejismo que no se calló, del verbo
callar, después de oírme hablar. “Abróchate esa camisa” le dije. Pero el
espejismo contestó que no se difuminaría con la cercanía cual oasis en un
desierto, entonces más bien se dibujó intensamente y desbordó algunos de los
sueños por el escote, rompiendo así un tercer botón. El cuarto y quinto restantes
no fueron capaces de aguantar la presión ellos solos, saltando a mis manos en
un brote de furia contenida. Tus sueños me inundaron en una explosión de
botones, espejismos que no se disipan, y maravillas varias, convirtiéndose así también
en sueños míos que haré todo lo posible por cumplir. Y sé que tú lo entiendes.